logo Fundación Gustavo BuenoFGB Filosofía de la música en español


 

Pablo Nassarre ca. 1655-1726

Pablo Nassarre (Zaragoza o Daroca), fue un religioso franciscano, tratadista, compositor y organista español del período Barroco. Aunque no se sabe con seguridad de su vida mucho más de lo que se ofrece en su relevante obra impresa, conforme al propio testimonio del autor, y a lo aportado por quienes allí publicaron las habituales y elogiosas aprobaciones, se puede afirmar que nació en torno a la mitad del siglo XVII (y no en 1664, fecha sostenida tradicionalmente por la musicografía decimonónica a partir de Saldoni), en Zaragoza o quizás en la no muy lejana ciudad de Daroca. En esta última, según declaración de su condiscípulo Diego Xaraba, estudió con Pablo Bruna (famoso organista y compositor, conocido como El Ciego de Daroca, fallecido en 1679), y en todo caso antes de 1683 profesó como franciscano, ocupando durante más de cuatro décadas el puesto de organista del zaragozano Real Convento de San Francisco (edificio hoy desaparecido, sobre cuyo antiguo solar se construyó la actual Diputación Provincial de Zaragoza).

A lo largo de esos ocho lustros de trabajo musical publicó dos importantes tratados musicales: el primero, un sencillo pero eficaz manual, escrito siguiendo las, a veces, incisivas preguntas de un discípulo y las siempre sintéticas y prácticas respuestas de un maestro, titulado Fragmentos Músicos. Su segunda producción teórica, Escuela Música según la práctica moderna, es una obra enciclopédica, dividida en dos partes, donde se explica minuciosamente y con numerosos ejemplos prácticos todo el saber musical del tiempo —incluyendo tanto aspectos matemático-astrológicos como práctico- compositivos, organológicos e interpretativos—.

Resulta comparativamente muy escasa la parcela compositiva de su producción que se ha conservado, pues sólo puede citarse un villancico policoral, Arde en incendio de amor —muestra de un género bien característico del tiempo, pero de discutida dignidad—, conservado en la Biblioteca de Cataluña junto con unas pocas composiciones para tecla no menos propias de esos años (tres tocatas para órgano, editadas modernamente por José María Llorens). A lo que debemos añadir dos breves versos para el Sanctus y un tiento a cuatro partido de mano derecha (procedentes de la Catedral de Astorga y transcritas por José María Álvarez) que manifiestan, sin aportaciones reseñables, el testimonio abreviado de la cotidiana tarea del organista entre los siglos XVII y XVIII.

Aunque, según testimonio acreditado de fray Jerónimo García impreso en las primeras páginas de Escuela Música, fue ciego de nacimiento, cosa hasta cierto punto frecuente entre grandes compositores e instrumentistas de esos siglos (recordemos el anterior caso ilustre del organista Antonio de Cabezón, músico predilecto de Felipe II), ello no fue tampoco obstáculo para alcanzar el más notable grado de erudición del que goza y hace gala su obra teórica. Y si bien tal condición de sabio invidente (que compartía con tratadistas precedentes no menos insignes, como Francisco de Salinas, catedrático de la Universidad de Salamanca, compañero de fray Luis de León, quien le dedicó su famosa Oda), obviamente aumentó la admiración suscitada entre sus contemporáneos por su gigantesco trabajo; sin embargo, esta minusvalía física fue más tarde objeto de cruel ironía por parte de su principal crítico, el jesuita expulso Antonio Eximeno, quien llegó a describir a Nassarre como «organista de nacimiento y ciego de profesión». Por encima de los entusiasmos coetáneos y las descalificaciones posteriores, y a pesar de no disponerse de muchos otros datos biográficos fiables, puede asegurarse que Nassarre, además de su intenso trabajo teórico y labor práctica como organista y compositor, tuvo también tiempo y energías para enseñar con fruto, teniendo algunos notables discípulos (como Joaquín Martínez de la Roca o Juan Francisco de Sayas). Prestigio como maestro que se manifiesta no sólo en la entusiasta acogida de su obra impresa, admiración y uso extendidos a lo largo de todo el siglo XVIII al convertirse en fundamento formativo para alcanzar los codiciados puestos de maestro de capilla u organista, superando con acierto las duras oposiciones musicales convocadas para ello por las catedrales, conventos e iglesias importantes de toda España, sino también evidenciada a través de la costumbre del tiempo de emitir dictámenes e informes en los que se demostraba la autoridad mediadora así como la capacidad asesora.

Considerado como el adalid de una reforma de la música en España inspirada en el modelo sensible roussoniano, Nassarre aborrecía el espíritu astrológiconumérico del Barroco. Asimismo, el referido Eximeno unió el nombre y la obra —en especial Escuela Música— de Nassarre con el de Pedro Cerone —autor del monumental tratado El Melopeo y Maestro, editado en Nápoles en 1613—, e hizo a los gigantescos impresos de ambos eruditos principales responsables de todos los errores y defectos de los maestros de capilla tradicionalistas de la España de finales del siglo XVIII. Pero, significativamente, no fue la crítica visión eximenista la que cimentó la terrible leyenda negra sobre la figura y la obra de Nassarre: fueron los musicógrafos regeneracionistas de finales del siglo XIX y los inicios del XX, en particular Francisco Asenjo Barbieri, primero, y después Felipe Pedrell, quienes, siguiendo a rajatabla los combativos dictámenes de Eximeno, condenaron con musicales sentencias la aportación de Nassarre.

Las ediciones facsímiles de sus dos tratados han permitido que en los últimos años la presencia de las aportaciones nassarrianas sea creciente y cada vez más positivamente valorada como uno de los mejores testimonios para conocer la música española de la segunda mitad del siglo XVII y la primera del XVIII. La obra de Nassarre encontró un primer divulgador foráneo en Donald William Forrester, quien realizó en 1969, en la Universidad de Georgia, su tesis doctoral en educación centrándose en los Fragmentos Músicos, que tradujo al inglés y comentó atinadamente; así como en Almonte C. Howell, quien precisamente había aprobado la citada tesis de Forrester. Ambos son también autores de artículos en revistas especializadas que han servido también para difundir la obra de Nassarre en el mundo musicológico anglosajón, si bien en los citados trabajos se mantiene a veces una visión tópicamente conservadora del tratadista aragonés. En todo caso, resulta evidente que, tanto en España como en otros países, la vida y, sobre todo, la obra de Nassarre se encuentra en un momento de creciente estima y revalorización, de lo que cabe esperar en el inmediato futuro un nutrido y fructífero cúmulo de trabajos, teóricos y prácticos, que situarán, sin duda, a este tratadista, compositor y organista, en un lugar preeminente de la historia de la música culta occidental.