logo Fundación Gustavo BuenoFGB Filosofía de la música en español


 

Domenico Pietro Cerone ca. 1566-1625

Domenico Pietro Cerone (Bérgamo), fue sacerdote, presbítero, teórico de la música y cantor italiano de finales del Renacimiento, reconocido por sus tratados musicales que han servido como herramienta para conocer las prácticas sobre composición musical existentes en el siglo XVI.

Como sucede con otros autores de notables impresos musicales no se sabe con seguridad de su vida mucho más de lo que se nos ofrece en su obra editada. Conforme a lo referido por él mismo, quien en la portada de ese impreso dice ser «de Bérgamo», puede afirmarse —siguiendo la reconstrucción biográfica propuesta por R. Baselga, que resume J. López Calo— que recibió su formación musical en dicha ciudad, quizás de Pedro Vinci, Hipólito Camatero u otros maestros coetáneos. Cantor, en torno a 1584, en la capilla del obispo de Cittaducale (Abruzos), que dirigía el flamenco Juan Verio, Cerone regresó a Bérgamo en 1588, de donde partió a Cerdeña, residiendo allí al servicio de la iglesia mayor de Oristano hasta que, en 1592, realiza por fin su proyectado viaje a España para peregrinar a Santiago.

Ordenado sacerdote, y con un amplio prestigio en la Corte —a la que acompañó en diversos viajes por España—, empezando por el reconocimiento del propio Felipe III, a quien dedicaría su gran enciclopedia musical, decide finalmente regresar a tierras italianas (donde al parecer había estado antes, pues habla de una visita a Roma en el jubileo del año 1600), estableciéndose en Nápoles —una muy pujante ciudad de la Corona española— al final del año 1608. Ocupaba en 1609 el puesto de maestro de canto llano de los clérigos de la Annunziata (de donde surge la necesidad de imprimir un pequeño tratado dedicado a este repertorio), cuando a comienzos de 1610 fue nombrado virrey el referido conde de Lemos, pasó Cerone a formar parte de la capilla real napolitana, siendo cantor de la misma hasta su muerte, en mayo de 1625. Es ya de nuevo en su añorada Italia cuando Cerone se decidió a mandar imprimir el fruto de los largos años de trabajo musical desarrollados sobre todo en España, siendo el primero en salir a la luz ese sencillo pero eficaz manual, antes mencionado, escrito en italiano y titulado Le regole più necessarie per l’introdutione del canto fermo (Nápoles, 1609). En efecto, su segunda producción teórica, El Melopeo y Maestro, seguramente fue entregada a la imprenta recién llegado a Nápoles, pero sólo pudo concluirse su titánica edición cinco años más tarde. Obra barrocamente enciclopédica dividida en veintidós libros, ocupando un enorme volumen en folio de más de mil páginas, en ella se explica minuciosamente, con profusión de citas eruditas y con numerosos ejemplos prácticos, todo el saber musical del tiempo, incluyendo tanto aspectos matemáticoastrológicos como práctico-compositivos, organológicos e interpretativos. Acudiendo de continuo a los más grandes autores, antiguos —de Cicerón a San Agustín, entre Boecio y Gaffurio— y coetáneos —especialmente Zarlino, Glareano, Zacconi, Durante y Pontio, sin olvidar a los españoles Bermudo y Santa María—, no pocas veces incluye en su obra, conforme a los usos propios del tiempo, largas traducciones casi literales de esos admirados trabajos.

Admirado con razón en su tiempo y árbitro póstumo en algunas de las más significativas polémicas entre tratadistas de los siglos XVII y XVIII, y no menos a pesar de lo farragoso de ciertas partes de su texto Cerone cimentó su prestigio como maestro gracias a sus preocupaciones didácticas, notables y modernas para la época. Pero lo que potenció el uso mantenido de su Melopeo y maestro fue su conversión en un auténtico manual básico para alcanzar los codiciados puestos de maestro de capilla u organista, para los que debían superarse con acierto las duras oposiciones musicales convocadas por las catedrales, conventos e iglesias importantes de toda España. Esta pervivencia academicista, entre la mayoría de los músicos profesionales, y muy especialmente los eclesiásticos, éxito del que dan fe los muchos ejemplares del monumental impreso aún hoy conservados en ese tipo de bibliotecas, fue más tarde objeto de cruel ironía por parte del jesuita expulso Antonio Eximeno. Éste arremetió contra Cerone, conjuntamente con Pablo Nassarre, como responsables del retraso de la música en la España de finales del siglo XVIII, y de esta ácida visión ilustrada, grotescamente expuesta en la quijotesca novela Don Lazarillo Vizcardi. Sus investigaciones músicas con ocasión de un magisterio de capilla vacante, nació la pésima valoración historiográfica de ambos eruditos. Efectivamente, un testimonio relevante de cómo la fama positiva de Cerone sobrevivió, desde El por qué de la música (1672) de Andrés Lorente o en los escritos del citado Pablo Nassarre entre finales del XVII e inicios del XVIII, hasta la difusión de los tardodecimonónicos impresos eximenistas impulsados por Barbieri, puede ser la lectura de un interesante catálogo del librero valenciano Pedro Salvá y Mallén. Si Barbieri fue responsable, en 1872, de la primera impresión, para la Sociedad de Bibliófilos, de la citada novela Don Lazarillo de Eximeno (que había quedado manuscrita a la muerte del jesuita), en la que se ridiculizaba a un prototipo de los reaccionarios maestros de capilla, Agapito Quitóles, que se había vuelto loco —como un nuevo don Quijote— a fuerza de leer los tratados de Cerone y de Nassarre, sin duda mucho más influyó que este largo texto (dos volúmenes de cuatrocientas páginas) el hecho de que sus ideas fueran usadas como base para la parte musical incluida por Menéndez Pelayo en su Historia de las Ideas Estéticas.

Con ello, a la intelectualidad española, y no sólo a la naciente musicología, le sobraron las pruebas para convertir a Cerone y Nassarre en modelos y padres del más feroz conservadurismo musical hispano. En el caso de Cerone se agravaba su presuntamente reaccionaria aportación al tratarse de un extranjero que, además, pensaban que no hablaba demasiado bien de los españoles, como interpreta injustamente el ilustrativo Diccionario de la Música Labor, coeditado por H. Anglés, egregio discípulo de Pedrell. De los citados, seguidos también por el erudito Mitjana, provendrá un permanente vituperio contra Cerone que no concluirá en España hasta el último tercio del pasado siglo xx. Si fue en España de la mano de los estudios de F. J. León Tello —quien no trata directamente a Cerone, pero sí a muchos ceronianos— y sobre todo del trabajo del ya antes citado R. Baselga Esteve, como comenzó la reivindicación de la valía de esta síntesis ceroniana y sus seguidores, en otras naciones el controvertido prestigio de Cerone se fue limpiando. La distribución internacional de las ediciones facsímiles de sus dos impresos teóricos han permitido en los últimos años una tan justa como creciente presencia de las aportaciones ceronianas, cada vez mejor entendidas y por ello más positivamente valoradas como lo que, en suma, son uno de los mejores testimonios, tanto teóricos como técnicos y prácticos, para conocer a fondo la música europea, y especialmente la española, de los siglos XVI al XVIII.